Hacía mucho frio, normal por otra parte en esta época, ya que según mis cuentas estábamos en pleno enero del hemisferio norte.
Yo seguía atrapado en aquella cueva de hielo me alimentaba solo a base de agua y un poco de carne cruda que encontré, de un animal que seguramente se despeñó, barranco abajo. Mis posibilidades de salir con vida de allí eran prácticamente nulas, pero el afán de supervivencia era más fuerte, no me hacía desfallecer, cuando de pronto. . . noté como una de las paredes de la cueva se venía abajo. Decidí salir de allí, sabiendo que no era una buena solución, pero peor era permanecer en la cueva.
- ¿Y por qué no llamaste a la policía o a la ambulancia? No te creo nada, ¿me entiendes?-replicó Belén Esteban.
- En primer lugar, los teléfonos móviles se perdieron al estrellarse el avión, y además el estado de congelación de mis manos era tal que me hubiera sido imposible marcar los números.
Una vez resuelta tus dudas, prosigo con la historia. Decía que salí de la cueva rumbo a ningún sitio. Me movía a través de las placas de hielo sin saber que hacer...no había nada ni nadie a lo que poder recurrir.
De pronto, empecé a escuchar el ruido de los aviones dando vueltas. Tal era la oscuridad que me rodeada que resultaría imposible que me encontraran y el frío no me permitiría sobrevivir más de dos horas. Así que decidí actuar: rompí uno de los bloques de hielo y me tiré al agua. Sabía que lo que hacía era una locura, pero tenía que hacer algo. Empecé a dar patadas y a revolcarme sobre el agua. Lo siguiente que recuerdo es estar tumbado en la cama del hospital, con mi familia alrededor.
- Muy bonita historia Pascual, conmovedora tu lucha de superación- dijo Jorge Javier Vázquez.
- A mí no me ha gustado nada. Por cierto, ¿sabéis que he roto con Fran?- replicó Belén Esteban.
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